What made Alberto Reyes's piano recital at the 92d Street Y on Thursday evening so exciting was the Uruguayan pianist's way of capturing each work's essence - the quality of its nervous energy, its musical fingerprint - and his ability to transform it into something like a living organism. His technique, while estimable, is by no means flawless, and fleeting as his slips were, they were jarring. But in light of what was happening in the music, they hardly mattered.
Mr. Reyes began with Franck's Prelude, Chorale and Fugue, in his hands a beautifully regulated, undulating web of textures from within which Franck's straightforward and rather melancholy themes emerged clearly. More impressive still was the Schumann Sonata, a work that does not always seem fully coherent. In Mr. Reyes's hands, the fast movements (particularly the first) conveyed a sense of conflict that veered close to mayhem without slipping over the edge, and between these sections of controlled chaos, the andantino emerged as a calm, confessional soliloquy.
The pianist also gave an energized, strongly profiled account of the Chopin Sonata in B minor, a graceful rendering of Beethoven's Andante Favori, and readings of three Scarlatti Sonatas (L.464, L.449, L.104) in which he deftly navigated a course which let him pay homage to the composer's crisp harpsichord style without sacrificing the modern piano's shading abilities.
Traducción
Lo que más nos entusiasmó del recital de Alberto Reyes fue la manera en que el pianista uruguayo capturó la esencia de cada obra -la cualidad de su energía nerviosa y de su originalidad musical- y su habilidad para transformarla en algo similar a un organismo vivo. Si bien su técnica es considerable, no es totalmente perfecta. Sus fallas, aunque pasajeras, llamaron la atención, pero habida cuenta de lo que lograba con la música, no importaron en lo más mínimo.
Reyes comenzó con el Preludio, Coral y Fuga de Cesar Franck, que en sus manos fue una trama ondulante y perfectamente regulada de la cual surgieron con claridad los temas directos y bastante melancólicos de Franck. Aun más impresionante fue la Sonata de Schumann, una obra que no siempre parece totalmente coherente. En manos de Reyes, los movimientos rápidos (particularmente el primero) transmitieron una sensación de conflicto rayano en la violencia sin transponer ese umbral, y entre estas secciones de caos bajo control, el Andantino surgió como un soliloquio íntimo y reposado.
El pianista también nos dio una version enérgica y de alto perfil de la Sonata en si menor de Chopin, una elegante interpretación del Andante Favori de Beethoven y tres Sonatas de Scarlatti (L.464, L.449, y L.104) en las que hábilmente trazó un rumbo que le permitió rendir homenaje al vivo estilo clavecinístico del compositor sin sacrificar la gama de matices que ofrece el piano moderno.